El cementerio

Creation sleeps Young
 
Al resplandor sereno de la Luna
yo andaba por los sitios solitarios
que al vulgo atemorizan, pesaroso,
y en lúgubres ideas embebido;
y mis inciertos pasos me llevaron
a la mansión sagrada de los muertos:
religioso pavor cubriome al punto,
y exclamé sofocando mis angustias:
silencio ¡oh corazón! he aquí el asilo
donde reina la paz inalterable,
do no alcanza el tumulto de los hombres,
do se acaban las ansias y tormentos
de la altiva ambición y el infortunio,
do se estrella el poder y la grandeza,
do el amor y el deleite se anonadan,
donde la gloria es humo y las pasiones,
que agitan al mortal; aquí el esclavo
de sus hierros se olvida, y con el polvo
del que oprimió insolente, a confundirse
viene el feroz tirano; aquí del crimen
cesa el remordimiento y los gemidos
de la virtud paciente se sepultan;
aquí se abisman, sin cesar, los siglos,
y mil generaciones y mil otras,
con rapidez se agolpan, no dejando
vestigio de su ser; aquí su cetro
levantan el misterio y el olvido,
las esperanzas mueren, y en su aurora
el ingenio brillante se disipa.
Salud tristes despojos, monumentos
fúnebres del dolor, a visitaros
viene una alma abatida y borrascosa;
si los profanos ecos de la tierra
hasta vosotros llegan respondedme:
¿Hay vida mas allá?, ¿pero qué veo?
Un espectro confuso se levanta,
y con faz melancólica me mira:
Tú, cualquiera que seas, habitante
de esta mansión de luto misteriosa,
responde hoy a las dudas de quien viene
a interrogar la muerte y los sepulcros
transido de dolor ¿por qué tus ojos
brotan lágrimas tristes, y en tu frente
del funesto pesar vagan las sombras?
¿Hay dolor, por acaso, aun en la tumba?
¿Siente el polvo? -«Silencio reptil vano,
la mansión del misterio es el sepulcro».
Un eco moribundo respondiome,
y silencio, silencio repitieron
los cóncavos helados de las tumbas.
Se oscureció la Luna de repente,
y un pálido fulgor cubrió la tierra,
semejante al de antorchas suspendida
en medio de un Panteón: y yo miraba,
pasmado de terror, sin movimiento,
de la tumba fatal aquel portento.
Cuando un eco al de un ángel parecido
hechicero sonó: «ven, ven conmigo
ven, ven, a descansar infeliz joven:
la tumba es el amor; aquí las almas
en himeneo eterno, eternas viven;
¡Ay! ¡ay! Por ti padezco hace diez años,
ven, seremos felices, ven conmigo,
esperándote estoy». Y yo miraba,
pasmado de terror, sin movimiento,
de la tumba fatal aquel portento;
y vi de una mujer la vaga sombra,
de una mujer que conocí en la tierra,
y que profano labio nunca nombra.
Y otra voz repitió: «ven hijo mío,
ven te consolaré ¡qué infeliz eres!
Tu alma no es de ese mundo, aquí es su centro:
el lodo es del reptil». Un grito entonces
quise dar y no pude, y la voz madre
en mis labios se ahogó: y yo miraba,
pasmado de terror, sin movimiento,
de la tumba fatal aquel portento.
Quedó todo en silencio nuevamente;
se disipó el fulgor, como la llama
de un astro consumido, y las tinieblas,
la oscuridad fatal se condensaron.
Todo era noche y noche; uno por uno
los astros de la esfera se extinguieron,
como antorcha sin pábulo, y la tierra,
y el cielo, y el espacio no formaron
más que un lúgubre, denso, opaco abismo
de tinieblas palpables a mis ojos.
Me estremecí de horror: formas confusas,
fábricas gigantescas del orgullo,
cadáveres inmensos de los siglos,
pueblos, generaciones, seres, hombres,
cual rápido torrente descendían
en la inapeable sima confundidos,
y al caos daban ser... Un mortal frío
cubrió todo mi cuerpo; mis sentidos,
como de un largo sueño despertaron;
miré y vi, con asombro, que la tierra
al resplandor sereno de la Luna,
mientras yo solitario cavilaba,
como el callado asilo de los muertos,
en silenciosa calma reposaba.
 
Esteban Echeverría
en Los consuelos*, 1834.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario