A la poesía



Vicio divino, que a groseros vicios 
Me hiciste despreciar, 
Y las mil vanidades y artificios 
Del tráfico vulgar; 
Sacro elixir que al corazón y al alma 
Das juventud sin fin, 
Y entre abrojos y fango, etérea calma 
Y alas de serafín, 
Con que volver al aire primitivo, 
Al gusto primicial 
Y juicio puro, y al entero activo 
Ser todo personal. 
Libre del yugo de años mil, y de hombres, 
Y de hábito y refrán, 
Para llamar las cosas por sus nombres 
Otra vez, como Adán; 
señalar el cauce del derecho, 
Y por sobre el saber 
Y modo y ley del hombre, siempre estrecho, 
Los del Supremo Ser. 
Y así del mar ir a su fuente arcana 
Y del acto al motor 
Y adelantándose a la marcha humana 
Servir de gastador. 
O revolar por cuantas cosas bellas 
Hizo Dios con querer 
Y el alma ufana regalando en ellas 
Vivir, sentir, creer. 
Genio de amor inagotable, ardiente, 
Eterno, universal, 
Que a pasado y futuro haces presente, 
Y real a lo ideal; 
Y a un hombre solo, humanidad entera, 
Con cuyo corazón 
Toda ella lucha, y cree, ama, y espera, 
Y llora su aflicción: 
Siempre, ¡oh poesía! te adoré en privado 
Como a dios familiar. 
Nunca a exponerte me atreví al mercado, 
Ni profané tu altar. 
Tu néctar mismo, la embriaguez del canto 
Fue mi rico laurel, 
Y el tierno abrazo, la sonrisa, el llanto 
Que arrebaté con él. 
Y una, y ciento, y mil veces te bendigo 
Por más de un dulce sí, 
Y más de un noble corazón amigo 
Conquistados por ti, 
Ese es mi oro, el único, tú sabes, 
A que tengo afición, 
Yo que no sueño en poseer más llaves 
Que las del corazón.


Rafael Pombo

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