Alfonso Murriagui


La hora de los conejos

En la noche,
cuando tienes sumergida
la caricia
en un nudo de arena,
cuando de tu presencia
solo habla
la huella de la luciérnaga,
buscas la voz del fuego
para alumbrar tu rostro.

En la noche,
cuando desfilas por la hierba
en busca de tu hermano
y bañas tus recuerdos
en las alas viajeras
de tu ancestro,
desconoces el nombre
que te pusieron
dos veces al revés
para ocultar tu nombre.

Cuidas tu noche
porque sabes que servirá
para escapar del látigo,
para contar los capulíes
y dar vuelta al mensaje
que danza en la fogata.

Tu vienes por la noche
y tus manos
se van por las veredas
buscando las huellas
de los conejos
o la cascada gris
de la neblina.

Por eso tienes
las rodillas en punta,
la lengua afilada
para beber las sombras
y los brazos atentos
para decapitar los grillos
que te espantan.
 


La sangre y su recuerdo

Cae la pestaña y se va,
con un pedazo de ojo,
a descansar
al fondo de la lluvia.

Cae la palabra
y se lleva
la soledad del viento
a navegar de contrabando
al río.

Cae la sangre
y sigue circulando
en la moneda abierta
del recuerdo.

Así,
mientras la lluvia se evapora
y el viento se adormece,
los glóbulos
sedientos de futuro
van llenando los sueños
con su savia.
 
Alfonso Murriagui

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